Bangkok y yo nos conocimos un 9 de marzo a las dos de la mañana, después de tomar tres aviones, y de casi 24 horas de viaje en total. Era mi primer contacto con un país tan distinto y tan lejano al mío, y la verdad es que ansiaba nuestro encuentro desde hace mucho tiempo.
Miles de emociones y sentimientos interactuaban dentro de mí, al saberme por fin llegando a mi destino, y a dónde iniciaría una aventura sin igual. Dentro de esos sentimientos, estaba el miedo a lo desconocido, y a lo que pudiera pasar, pero igual me bajé del avión emocionada por lo que venía en el camino.
Pasé inmigración sin ningún problema, a pesar del temor que siempre me causa estar frente a alguien que tiene el poder de negarte la entrada a su país. Recogí mi maleta, y me dirigí a buscar un taxi que me llevara a mi hostal. Mi taxista no hablaba ni una palabra de inglés, así que yo trataba de enseñarle en mi celular la dirección y tras perdernos un par de veces, por fin dio con la ubicación, y encontramos el lugar en dónde pasaría la primera noche en Bangkok.
Al día siguiente, y aún con los efectos del jetlag, bajé a desayunar y me enfrenté de día a Bangkok, a sus contrastes y a su calor, que creo nos sorprende a todos. La verdad es que estoy acostumbrada a una ciudad enredada, vengo de la Ciudad de México (caótica por naturaleza), y no me asustó encararme con otra como lo es Bangkok, sin embargo, no puedo negar que desde un principio me desconcentró demasiado.
Lo primero que me impresionó fue el nivel de calor que podía hacer, y no es que no lo hubiera sentido antes en mi vida, pero simplemente fue difícil habituarse a salir a la calle, y acabar sudado en dos segundos; así que decidí tomar el primer día para acostumbrarme a eso, e irme con calma para poder conocer la ciudad.
Caminé por las calles de la ciudad, maravillándome de la diversidad cultural que uno puede encontrar en cada esquina. Fui atacada por miles de personas ofreciéndome, desde llevarme a las atracciones más conocidas, hospedaje, comida exótica (alacranes, escorpiones y demás), cambio de divisas, y hasta masajes por doquier.
Para mí, enfrentarme a un mundo completamente distinto a lo que yo conocía, significó un shock cultural tremendo, y al que me costó trabajo adaptarme. Tener a Bangkok, como primer punto de referencia del continente asiático, fue como llenarme los sentidos de una ráfaga de mil imágenes, olores, sensaciones, personas y colores, que me atraparon desde el primer instante, y que me hicieron descubrir, que quería conocerlo todo.
Sin embargo, debo admitir que Bangkok y yo no nos entendimos en un principio, no congeniamos, había algo que me estresaba de tanto caos, de tanto calor, y de mucha gente que intentaba estafarte y verte la cara como turista (literal). Pero conforme van pasando los días, te das cuenta que existe una peculiar belleza entre tanto caos, y que en cada esquina, puedes encontrar algo interesante.
Si algo me gusta, cuando conozco un nuevo lugar, es poder ir más allá de lo habitual o de las atracciones turísticas “más conocidas”, así que decidí darle una segunda oportunidad a la ciudad. Me gusta introducirme en la forma de vida, costumbres y creencias de las personas, convertirme en un local, más que en un turista, y poder entender más a cada ciudad, desde su aspecto cultural.
Bangkok es una ciudad que se vive, se conoce y se disfruta en cada calle, en cada templo, en cada puesto de comida callejera, en cada personaje que uno se topa. Si vas, ve con toda la intención de fundirte en su caos diario, en sus sabores y colores, y en cada nueva sensación que te haga sentir esta gran ciudad, ve con la mente abierta (como siempre debe ir alguien cuando viaja) y con hambre de ver y experimentar más allá de lo que tus ojos puedan ver.